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Lucas



En mi escuela de patinaje hay cinco niveles: básico, medio, avanzado, experto 1 y experto 2, a curso anual por nivel. Una licenciatura de las de antes, vaya. O un grado con máster de los que se estila ahora. Este año he superado el nivel medio y empiezo avanzado en octubre. Un pequeño logro que de no haber conseguido por méritos durante el curso, me hubiera ganado a pulso sólo con el último día de clase.

Hay un monitor al que llamaremos Lucas y es el que he tenido este año. Lucas es en mi opinión el mejor monitor de los que he conocido hasta ahora, lo cual es mucho decir, porque todos tienen un pedazo de nivel. Lucas tiene la capacidad de explicar con precisión quirúrgica y claridad prístina el detalle de las técnicas, dónde tienes que poner el peso, hacia dónde tienes que girar el cuerpo o cómo tienes que cruzar un pie para hacerlas correctamente. También de identificar de un vistazo en qué estás fallando y por qué en lugar de frenar con un derrape, como acaba de hacer él para que lo veas, has girado bruscamente a la derecha sin pretenderlo (que se van los patines soloooooos, otttiaaaaaa) empotrándote en el muro de la pista como un Mortadelo cualquiera.

Pero Lucas también tiene otra cosa o mejor dicho, le falta una: miedo. Qué digo miedo, un temor leve,  una inquietud, un... algo. Lucas se tira por cualquier sitio sin contemplaciones a toda velocidad así sea de espaldas, en cuesta y con escalones de por medio. Que lo puede hacer, porque para eso es un experto, pero me da a mí que lo lleva haciendo desde que vestía pañales y no se había probado un patín. Para entendernos, no es el tipo de monitor que va a ser muy mirado con lo acojonado que estés, porque el miedo para él debe de ser como un bordillo: algo sobre lo que hay que saltar olímpicamente.

Recuerdo la primera vez que salí de pista. Llevaba poco tiempo dando clases, ya patinaba un poco y según el programa de la escuela, había llegado el momento de la primera salida fuera de pista, que no es más que una clase patinando por el parque. Así dicho no parece gran cosa, pero cuando estás aprendiendo en una confortable pista lisa en nivel básico y te sacan a patinar por encima de baldosas  irregulares, con arena, hojas de pino, ramas caídas, cuestas, curvas y la madre que lo parió, se suda la gota gorda. En mi caso, el agravante fue que justo no pude ir a esa clase con mi monitora habitual, así que me apunté para recuperarla... con Lucas.

De esa clase recuerdo varias cosas. El primer ejercicio, consistente en bajar por una cuesta de hierba (sí de hierba, habéis leído bien) que desembocaba en gravilla. Cuesta por decir algo, era más bien un desnivel de no más de cincuenta centímetros, lo cual no fue obstáculo para que casi me dejara los dientes. Lo segundo que recuerdo es gente con las piernas temblando, agarrados a bancos y farolas y juraría que hasta rezando el padrenuestro. También cómo me tiré al suelo en mitad de una cuesta a la vertiginosa velocidad de 0,1 kilómetros por hora, agobiada como una mona por no saber controlar los patines. A un par de alumnos abandonando el barco, yo lo siento pero esto no lo acabo, me quito los patines y me largo. Y a mí de nuevo, jurando como Escarlata O'Hara que esa clase yo la terminaba, a trompicones, arrastrando el culo (como así ocurrió) o como fuera, pero la terminaba. 

Todo esto porque donde otros monitores te llevan con cariño, miramientos y a veces hasta en plan madre, Lucas te lleva con dos cojones. 

Y sin embargo, este último curso con Lucas ha sido tranquilo, nada que ver con lo yo que recordaba.

Hasta el último día de clase.

Que contaremos en el siguiente episodio de esta saga :)

Patinadora, jurista, escritora aficionada, lectora, amante de la artesanía, hermana, pareja, amiga y humana en manada perruna y clan felino. No necesariamente por ese orden.

Comentarios

  1. Lucas debe ser de aquellos que dicen: "No se es un buen líder hasta que se ha perdido".:))

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