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| Imagen de jacqueline macou en Pixabay |
Como profesional que soy en
ejercicio, estoy al día de las herramientas disponibles para el desarrollo de
mi trabajo, entre las cuales, sin duda la estrella de los últimos tiempos es la
inteligencia artificial. No vayáis a creer que ha pegado lo que se dice un
pelotazo en mi ámbito, de hecho, cuando el responsable de sistemas me vio usarla
pasando por mi sitio casi se pone a dar palmas con las orejas. Al parecer, éramos
pocos lo que estábamos tirando de ella, al menos en ese momento, como soporte
para nuestras tareas diarias.
Lo que me ocurre es que, aparte de
ser curiosa, me gusta evaluar personalmente las cosas antes de formarme una
opinión, de ahí que haya probado y esté usando con bastante frecuencia este tipo
de software. Es bien sabido lo denostada que está la inteligencia artificial (en
adelante “IA”, si me permitís una expresión contractual😊)
Existen temores, desconozco si fundados, sobre el grado de conciencia y autonomía
que pueden llegar a alcanzar -¿os suena Skynet?- y teorías sobre si la humanidad
se está cavando su propia tumba. Lo cual tampoco sería la primera, ni la segunda,
ni la tercera vez que lo hace. Más bien sería la “n” vez y menciono sólo como
ejemplo un par de amenazas autogeneradas, como el cambio climático y la bomba
atómica. El caso es que, entre los riesgos posibles, hay uno que, después de familiarizarme
con la IA, me parece muy evidente, quizá porque mi prueba y error con ella ha
venido por el lado profesional: la gran mentira que es capaz de construir y no
me refiero sólo a los vídeos de Instagram.
Hace poco, surgió entre mis
tareas la necesidad de realizar un análisis exhaustivo de un texto legal, pantagruélico,
es la palabra, en cuanto a densidad y extensión y, como lamentablemente es la
norma en el contexto empresarial, había que hacerlo en tiempo récord. Ante la
perspectiva de dedicar la mayor parte de mi jornada, si no toda y durante más
días de lo que el resto de mis obligaciones laborales se podían permitir, a esta
única tarea, me di cuenta de que era el momento perfecto para poner a prueba la
tan llevada y traída IA y eso hice, con las conclusiones que comparto a continuación.
Mi impresión general, y así la
veo desde entonces, es que la IA es un becario superdotado. Superdotado porque
escribe mejor que tú, hay que admitirlo, y encima en todos los idiomas. Además,
redacta en un segundo lo que tardas media hora en escribir, lo cual es un
ahorro de tiempo extraordinariamente valioso. Ahora bien, sobre todo y ante
todo, es un becario, porque no tiene ni idea de lo que dice y como no estés encima,
diciéndole con pelos y señales en todo momento lo que tiene que hacer y
revisando hasta la última coma, lo que genera es una mierda muy bien escrita. Por
el contrario, si tus indicaciones son detalladas y precisas, identifica esto en
el texto, con este enfoque concreto, compáralo con esto otro, contempla los aspectos
a, b y c y analiza como impacta en nuestra industria y no olvides revisar la
legislación Z que tiene disposiciones que aplican transversalmente, etc.,
entonces lo que genera tiene más calidad. Aun así, cada párrafo lo tiene que
repetir una media de cuatro a cinco veces, con tus indicaciones, porque se ha
dejado algo importante fuera, ha dicho algo que no es correcto o ha metido una
referencia cruzada que no tiene sentido. ¡Ah! y muy importante: todos y cada
uno de los artículos de las normas que menciona hay que contrastarlos, porque
ahí también patina. En definitiva, es un becario que escribe muy bien, te ahora
mucho tiempo en la redacción, pero sin un experto que lo guíe, es incapaz de
hacer el trabajo a no ser, y aquí viene el riesgo en mi opinión, que entremos todos
en una gran mentira. Me explico.
Entre las múltiples revisiones y
reescrituras que hice de cada párrafo que generaba la IA, me llamo la atención
la referencia que metió a un estudio con un título rimbombante, del tipo Cross-factor
Dynamics of New Technologies Development Impact – a Holistic Analysis (me
lo acabo de inventar, pero para que se entienda) El tío me lo puso en inglés y
hasta con fecha de publicación y todo pero, conociendo el percal, obviamente le
pedí que me diera el enlace al estudio para echarle un vistazo y sobre todo confirmar
que decía lo que, según él, decía y había metido en su párrafo. La respuesta a
mi petición: no existe en Internet ningún estudio con ese nombre o lo que es lo
mismo, se lo había inventado. Con dos cojones.
Hace algunos años, cuando se lanzó
la primera versión de ChatGPT y todo el mundo lo estaba probando, coincidí en
foros con un chico bastante joven, dedicado él a coordinar estudios varios,
algunos sobre mi sector, con el que tuve una charla acerca de la complejidad de
lo que hacemos. Unos días más tarde, me enseñó la consulta que había hecho a ChatGPT
sobre una de las gestiones habituales de mi profesión, en concreto versaba
sobre la normativa aplicable y los trámites a seguir. La leí con atención y me
eché a reír de todo corazón. Di por hecho que su intención al enseñármela era
dejar en evidencia lo mucho que patinaba la IA. La respuesta mezclaba churras
con merinas y era un despropósito absoluto, incluso usaba una expresión, que no
reproduzco porque hasta aquí puedo leer, más propia de un niño de cinco años que
de un profesional para describir mi sector. Supongo que olvidé que todo esto
era sólo evidente para un especialista, porque su seriedad en la expresión y su
silencio ante mis carcajadas dejaban claro que, lejos de considerar que la IA
patinaba más que yo cuando voy de ruta, estaba convencido de que era la solución
de oro a la ausencia de expertise, algo así como una pastilla que uno se traga
para hablar con soltura un idioma que hasta ese instante desconoce.
Estas experiencias me han llevado
a preguntarme por el riesgo de la gran mentira. En especial cuando pienso en la
filosofía, a mi parecer bastante extendida, entre las generaciones más jóvenes. Me
ocurrió un caso, en el entorno universitario donde de vez en cuando acudo a dar
clase, bastante llamativo al respecto. Un estudiante que no asistió a mi clase,
pero había localizado la grabación con la ayuda de sus compañeros, me escribió,
una vez graduado, porque había aceptado un puesto como responsable de mi
especialidad en una empresa del sector. En su favor he de decir que fue
sincero, algo que siempre aprecio, por mucho que las conclusiones de su correo
me resultaran indignantes: se había pasado mi clase por el forro, hasta el
punto de graduarse sin haber visto siquiera la grabación; había aceptado un
puesto como responsable (no técnico, responsable, ojo) de una especialidad sobre
la que carecía de expertise y que evidentemente le venía grande, en un acto de irresponsabilidad
tanto hacia sí mismo como ante la empresa cuyos intereses tenía que defender; ante
el marrón que tenía delante y después de comprobar que una sola clase, oh
sorpresa, no era suficiente para gestionar la bomba que se le venía encima, decidió
contactar conmigo para pedirme ser tan amable de concertar una reunión con él,
no para explicarle en una clase privada el marco legal genérico que expongo en
la universidad y sobre el que si hubiera ido a clase, me hubiera podido preguntar
lo que quisiera, sino para asesorarle, en lo que más parece una sesión de
consultoría gratis, sobre el asunto concreto que le quema en las manos, obviando
el hecho de que soy una profesional en ejercicio que trabaja para una empresa
de la competencia y por tanto tengo un claro
conflicto de interés.
No me cuesta pensar que alguien con esta mentalidad tirara en un momento de apuro de cualquier IA para salir del paso. Que, en este caso, cuando todavía hay una mayoría de expertos formados a la antigua, a base de años de estudio y experiencia profesional, seguramente le llevaría a darse un batacazo y espero que a extraer un aprendizaje, pero ¿qué ocurrirá a futuro? ¿cómo serán esos profesionales? ¿se apoyarán en el estudio, la experiencia y el esfuerzo, tendrán la paciencia de ser cocinero antes que fraile y adoptarán un enfoque basado en el criterio personal y el rigor? ¿o dejarán que la IA (mal)haga el trabajo, limitándose a apropiarse de lo que genera una máquina y al postureo, aspirando desde el minuto cero a cargos de responsabilidad porque yo lo valgo? Lo segundo, tentador aunque muy desmotivante si quieres ejercer tu profesión de forma auténtica, conlleva el riesgo de generar una gran mentira, un mundo donde nadie sepa a ciencia cierta qué norma aplica o si la que se está aplicando existe en realidad, ni cómo impacta esa norma a tu actividad o mejor dicho, un mundo donde todos creamos que lo que dice la IA sobre cómo impacta esa norma o lo que está ocurriendo en tu sector es verdad, aunque no lo sea, porque estemos todos muy cómodos dejando que el trabajo lo haga un sistema con una peligrosa dosis de creatividad. No sé a vosotros, pero a mí me da miedo.

Me parece asombroso que la ia se invente cosas. Un beso
ResponderEliminarPues ya ves, tal cual. Mucho ojo con ella. Un beso.
EliminarA mi no me sorprende en absoluto. Cuando creemos que el medio es el fin o que hay atajos para evitar la complejidad de las cosas y salir del embrollo como si nada.
ResponderEliminarLa cosa daría para una conversación mucho más extensa, pero me viene a la mente que una misión espacial hace unos años (creo que a Marte) fracasó por culpa del power point. O sea que la simplificación de los problemas que en un power point tienes que hacer en aras de la claridad, era incompatible con la necesidad de cálculos y planificación rigurosa que debió derivar en fallos garrafales que llevaron al desastre...