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Mi paisaje dibujado

Tengo una casa con vistas al campo. Creo que lo he dicho en alguna ocasión. Me levanto por la mañana y desde mi ventana se ve un campo agrícola que se extiende hasta el horizonte y más allá. Cuando era pequeña tenía una cocina de juguete con electrodomésticos que funcionaban y todo, unas lámparas que se encendían, una batidora que hacía ruido y un teléfono que sonaba, de la marca Rico. También tenía una colección completa de ultramarinos y utensilios varios. La cocina tenía una ventana con dos pequeñas puerta correderas y daba al campo. Uno dibujado y diminuto, claro está. Pero yo abría las ventanitas, miraba el dibujo y sentía algo especial. Ahora tengo una cocina con una ventana que da al campo y cuando la miro, no puedo evitar recordar ese momento en que miraba la ventana de mi cocina de juguete. Más curioso todavía es que ahora tengo una cocina igual, de juguete, digo. Exactamente la misma, con sus cuarenta y pico de años y sus ultramarinos, utensilios y todo, que tenía entonces. La compré en una web de colección porque de un tiempo a esta parte me ha dado por comprar ejemplares originales de las cosas que tenía cuando era niña, sin olvidar los libros. La guía fantástica de Joles Sennell, por ejemplo, o el tomo de Cien nuevos cuentos, de los que recordaba muchos de ellos. De hecho, si encontré el libro fue por un cuento, El girasol que no quería girar, uno de mis preferidos. Como no recordaba el título del tomo, busqué los cuentos, usando títulos, argumentos y fechas como palabras clave y encontré un video de una señora mayor que leía en voz alta este que acabo de mencionar, un milagro, y así pude identificar el libro, encontrarlo, comprarlo y aquí lo tengo. Me ha hecho ilusión releer las historias que entonces me encandilaban. Por cierto que el girasol es mi planta favorita y estoy bastante segura de que es por lo mucho que me gustaba, y aún me gusta, el cuento del girasol que no quería girar (spoiler: tenía tortícolis)

Vistas desde mi cocina de juguete 


Aparte de estas compras reponedoras de mis pertenencias infantiles, conservo el Baby Mocosete que me trajeron los Reyes Magos cuando tenía siete años. No una réplica comprada en una web de colección, no: el mismo Baby Mocosete que tenía entonces, el mío, que me ha acompañado durante todos estos años y aquí sigue. Le compro ropa bastante más moderna de la que usaba entonces y le cambio de modelo más o menos con cada estación. Ha pasado el verano con un bañador, un flotador en la cintura, unas gafas de sol y unas chanclas de playa de lo más chulas, es increíble que pueda encontrar zapatos que le queden bien, pero los hay. El modelo de otoño me lo regaló mi hermana, a la que por lo visto le hace gracia esta afición mía, y le ha clavado la talla, le queda como un guante. 

El Mocosete con su atuendo otoñal

También tengo una taza y un muñeco de Mazinger Z y estoy pensando en suscribirme a un canal de manga sólo por ver la serie original, otra de las cosas que me chiflaba en la infancia. He buscado las caretas de Mazinger y Afrodita A con las que jugaba, pero esas no han sobrevivido, por lo visto. No hay ni rastro de ellas en las web de colección. A mi hermana le compré una Nancy exacta a la que tuvo cuando era pequeña, en su caja original y sin abrir, y casi se echa a llorar de la emoción. No me preguntéis por qué me ha dado por ahí, porque no lo sé. Es un impulso que tengo. Estoy pensando en dedicar un espacio en mi casa, alguna estantería o algo, para poner juntas todas estas cosas que tenía cuando era una niña y que sigo recopilando poco a poco. 

Mientras escribo

Hay un cuento del que no recuerdo el título ni conseguiré recordarlo a estas alturas, me temo. No está en el tomo de Cien nuevos cuentos y aunque he buscado el argumento en Internet, no aparece por ningún lado. Supongo que dos milagros era mucho pedir. Estos cuentos son tan antiguos que es increíble que encontrara el del girasol en un video, por algo la señora que lo leía era tan mayor. Este otro, el que no encuentro, trata de un niño que se mete en un cuadro y vive un montón de aventuras, en el cuadro también está su abuelo y le dice una frase al niño: "siempre puntual, siempre obediente", que también he buscado en Internet sin éxito. Este cuento se me ha quedado grabado hasta el punto de que uno de mis trabajos literarios, un texto a medio camino entre el relato largo y la novela corta, está basado en él. Cuenta la historia de una mujer que  busca el camino dentro de un cuadro colgado en la pared de su habitación. Siempre tuve adoración por los libros y en eso tampoco he cambiado. No es extraño que mi primera vocación, la más pura y original, fuera la escritura de ficción. Por cierto, que otro libro que me impactó, y ese sí he podido comprarlo en la misma edición de entonces, es Viento en los sauces de Kenneth Grahame, un clásico literario y una delicia de lectura. Tengo algunos más guardados en mi navegador para seguir comprando ¿Os suena por ejemplo Soy el aire de Primera Biblioteca Altea (serie blanca)? Seguramente no, son de otro siglo. Con esos aprendí a leer yo.


Mi pequeño tesoro literario


Patinadora, jurista, escritora, lectora, amante de la artesanía, hermana, pareja, amiga y humana en manada perruna y clan felino. No necesariamente por ese orden.

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