Ir al contenido principal

Melancolías

Para alguien que sigue creyendo firmemente en el blog personal, ese que ya nadie parece leer y cuyo objetivo es el intercambio personal, decir lo que uno piensa y leer lo que otros escriben desde la autenticidad, me paso poco por aquí, lo reconozco. Hoy estoy un poco-bastante chof, quizá porque estoy cansada, quizá porque mañana hace seis meses, sólo seis meses y seis meses ya, que vi por última vez a mi pequeñín y no tiene remedio, el efecto tronco en medio del mar que se va alejando para no volver nunca. No sé lo que daría por tener a esa bola de pelo ronroneando entre los brazos. O quizá porque, a los que hemos tenido determinadas dificultades en la vida, el día a día con frecuencia se nos hace más pesado, aunque lo llevemos por dentro. Quizá porque vivimos en un mundo que me inquieta cada vez más, con menos valores y más narcisismo, con dirigentes que parecen estar locos, con amenazas por todas partes y de todo tipo. Quizá sea por todo un poco. Quizá.

¿Qué se dice cuando una está de pelín bajón? ¿Hay que poner buena cara, decir que todo está bien, contar alguna anécdota graciosa, fingir aquí que todo va de cine? No creo. Eso se lo dejo a la mentira de las redes sociales.

Entrando en otras actualizaciones, más allá de mi estado de ánimo de esta tarde que se va tiñendo de rojo para saludar a la noche al otro lado de mi ventana, con mi perro en el jardín porque hay una mosca que lo tiene alterado (las odia) y no para de dar vueltas, correr arriba y abajo y saltar sobre los sofás (no suele portarse así, es por la mosca) diré que bueno, todo va más o menos bien, a pesar de mi estado de ánimo. Me he apuntado a un gimnasio de entrenamiento funcional, no por el panorama de mi arrière que conté en su día, sino para conservar músculo y masa ósea, also known as calidad de vida, y poder seguir patinando. Sigo odiando los ejercicios de fuerza, eso no ha cambiado, pero hacerlo en un gimnasio especializado, no para mazados sino para gente como yo, que quiere cuidarse sin ambición de lucirse haciendo flexiones hasta con la minga, con perdón, ayuda muchísimo a que se haga llevadero. Además de que al entrenador, que es muy majete, no puedo insultarle, como a la app. Llevo poco más de dos meses y ya he notado dos efectos interesantes. El primero es que me he desinflado, lo cual se agradece. El segundo, que agradezco también mucho, es que ahora puedo patinar sin dolor de lumbares, se ve que el ejercicio de peso muerto es muy efectivo para fortalecer la zona. Ayer tuve mi primera clase de slalom de la temporada y es que ni color, oiga. Eso sí, hay que ver lo que pesa un patín. No siento las piernas, que diría Rambo. Igual por eso estoy tan cansada.

La otra cosa es que he cambiado mi enfoque respecto al trabajo, en parte por una cuestión de supervivencia mental y en parte porque casi me rompo después de que me llevaran al límite. Una gastritis que me ha durado todo el verano, hasta hace bien poco, y no me ha permitido comer más que a horas concretas y alimentos concretos, claramente derivada de un exceso de estrés, ha sido la señal de alarma. El detonante ocurrió el día que se fue mi pequeñín, me importa un pito contarlo aquí y si algún incumbente lo lee, que tome nota a ver si le entra un poco de humanidad, aunque lo dudo. Ese día, me dolió tanto, pero tanto, que no me dejaran en paz, que no respetaran lo que estaba pasando, que no me dejaran espacio para respirar en mi dolor, que pasé mucho tiempo, lo cuento tal como lo viví, sintiendo un rechazo visceral a cual cosa que tuviera que ver con mi trabajo, y lo peor es que tenía que seguir cumpliendo, como una apisonadora de la psique a la que tienes que seguir alimentando. Un buen amigo que se pasa por aquí de vez en cuando me dijo que le extrañaba ese cambio, un trabajo que me encantaba y por el que peleado tanto y lo único que quería era dejarlo, perderlo de vista para siempre, el trabajo y todo lo que tiene que ver con él. No era el trabajo, sino su entorno. Un entorno tóxico, despiadado, al que sólo le importan sus intereses. Incluso ahora, que por suerte para mi salud mental, puedo volver a desempeñarlo con cierta serenidad, lo dejaría ahora mismo si pudiera, no porque haya dejado de gustarme mi profesión, sino porque ya no me define y porque ese día se rompió todo lo que me unía a la empresa. Hablamos de un trabajo al que es muy difícil acceder y con el que sueñan muchos jóvenes, que se me acercan cuando me paso por la universidad a dar clase, los ojos iluminados de ilusión por poder hacer algún día lo mismo. Ojalá pudiera decirles que está bien tener esa ilusión, que la persigan, pero que no olviden que lo importante, lo único importante de verdad, es lo que tienen en casa, sus amores, sus seres queridos, y por encima de todo su integridad moral, que nadie te rompa el alma por una mierda de reunión cuando el corazón lo tienes hecho añicos. Creo que esta es la respuesta a lo que me planteabas, Euclides, no se trata del qué, sino del cómo y dónde: nunca en la vida, así pasen cien años, podré perdonar lo que me hicieron ese día. Shame on them. Ser gilipollas y estar deshumanizado es lo que tiene.

Siempre en mi corazón, bolita 



Patinadora, jurista, escritora, lectora, amante de la artesanía, hermana, pareja, amiga y humana en manada perruna y clan felino. No necesariamente por ese orden.

Comentarios

  1. No sabes cómo te comprendo. Hace tres meses que murió mi gatito inesperadamente y aún no me he recuperado. Estoy mejor pero me cogí ansiedad y un vértigo del oído del disgusto. Algunos no lo entienden. Un beso

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Lo siento muchísimo, de corazón, Susana. Te mando un súper abrazo, fuerte, fuerte. Al menos tuvo la suerte de estar con alguien que lo quería de verdad, muchos animales no tienen esa suerte. Mucho ánimo.

      Eliminar

Publicar un comentario